Lo dedico a su familia.
Adiós
La niña decía que no se encontraba bien… Se mareaba, y su cara se volvía lentamente blanca, al color ceroso de velas de iglesia. Sentía como su sangre empezaba a vacilar dentro de sus venas, como empezaba a darse la vuelta... Sus huesos suaves como el algodón de las nubes, sus músculos tensos y sólidos cual fundaciones de montañas... Sus sollozos resonaban en el silencio de la clase, y ella lloraba con mas intensidad, asustada. Preguntándose que cruel dios le había tendido esa farsa sin gracia...
La profesora la miraba piadosamente, sus clases de urgencias le decían claramente que la niña no sufría tanto dolor. Aun se acordaba perfectamente de la señora que durante tres días les había dictado una serie de reacciones que eran necesarias en caso de accidentes, y que en la sección de enfermedades infantiles había acusado a todos los niños de embusteros... Ella se lo había creído. Le dijo con una sonrisa que volviera a sentarse, que se le pasaría.
A este punto la niña tenía el color de un vampiro, había parado de llorar, y en su interior sabía que nada podía hacer. Los demás niños de la clase se apartaron al verla acercarse a su pupitre. Sintiendo que algo en ella no iba bien... Un sudor frío se enganchaba a su piel, y su cuerpo de niña quedaba empapado, emanando un olor rancio.
La profesora seguía sin reaccionar, no sabía como esa listilla podía hacer ver tan bien que estaba enferma, pero se quitaba la pregunta de la mente y seguía con la clase.
Lo niños se removían inquietos en sus sillones... Una niña echó a llorar, señalando con el dedo la chica. No fue hasta que entró el director y advirtió la fetidez que contaminaba la estancia, que la profesora admitió que la niña debía de estar enferma, y que la envió a la secretaria.
Al cerrarse la puerta detrás de ella su compañera paró de llorar, y se secó las lagrimas con la manga roja de su uniforme, exhalando un suspiro de alivió, que compartió con toda la clase.
La chica no pudo decir palabra a la secretaria, pero esta comprendió que necesitaba atención medica, en cambio, llamó a su padre, pidiéndole cortésmente que llevara a su hija al hospital.
Llegó en pocos minutos, y escrutó la cara enfermiza de su hija con alarma, mientras la secretaria le recomendarla de llevarla al hospital de inmediato.
Y eso hizo. Alzó el cuerpo frágil de su hija, y la llevó rápidamente hacía su coche, susurrándole al oído palabras consoladoras. Ella no reaccionaba, inmóvil en sus brazos, sus ojos abiertos, sin expresión, el padre tuvo que asegurarse que respiraba antes de ponerla en el asiento delantero del coche.
- ¡Mierda! No hay gasolina...
Lívido y tenso, sus nudillos blancos por apretar demasiado fuerte el volante... Violentamente paro su coche delante de una gasolinera, cargó lo más rápido posible, y se adentró en la tienda para pagar. No se dio cuenta de la sombra de su hija que lo seguía, buscando su calor, y su consuelo. Ella ya no peleaba, sólo quería despedirse... Al menos de él.
Su silueta pálida lo miraba, sonriente. El dolor había pasado, aun que su cara seguía blanca como una reliquia de cera... Sus ojos tan cálidos, le decían adiós. Y su cara que no se preocupase...
Como una hoja de otoño se desplomó. Y de alguna manera supo que estaba muerta.
Sus ojos le decían adiós...
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